…Llevábamos ya de tres días de bombardeos. Mis dos hermanos y yo pasábamos interminables horas mirando fijamente la única luz de la que disponíamos en el refugio, que en realidad era un húmedo y reducido sótano. Me llegaba a concentrar tanto en aquel baile exótico de la llama que las explosiones se convertían en un murmullo.
Si no fuera por aquella luz no se si habría soportado los temblores del pequeño Tomás, ni el hedor a orín y a terror…