…Julia llevaba perdida ya seis horas y se le echaba la noche encima. Aun no se creía que un día de excursión con sus padres pudiera convertirse en esa aventura. Ya había refrescado bastante y ella esperaba que según avanzara la noche lo hiciera aun más. Con la forma de mirar el mundo que le otorgaban sus nueve años, decidió que debía buscar un lugar en el bosque para pasar la noche.
A media colina encontró dos árboles caídos en mitad de la espesura. Todo se iba volviendo más oscuro salvo esos dos cadáveres, le asombraba su palidez pero no estaba asustada. La forma en que aquellos dos espectros entrecruzaban sus huesudas ramas le intrigaba. Serían dos amantes en un último abrazo, o sería la caprichosa muerte de los dos contendientes en una batalla. En cualquier caso aquel iba a ser su refugio.
Se introdujo en el hueco bajo los dos gigantes, se puso cómoda, se ajustó bien su chaquetilla introduciendo sus pequeñas manos en las mangas, se puso el gorro de lana y esperó mirando hacia el exterior a que comenzara el baile de hadas luminosas del que su abuelo le hablaba algunas noches para que se durmiera; por fín las iba a ver…